Un pajarillo se ha postrado frente a la ventana, separados por un cristal nos miramos a los ojos, nos observamos durante un instante. Está delgado, parece enfermo, pía pidiendo ayuda y sin pensarlo dos veces abro la ventana. Entra dando saltitos, no levanta demasiado sus patitas del suelo, no se va volando al acercarme a él, se acerca un poco más y lo cojo entre mis manos. Su intención es picarme porque teme, yo soy su salvación o su muerte. Yo soy en estos momentos lo único que tiene, lo único que puede aliviar su sufrimiento, dándole vida o acabando con ella…
Entre mis manos sostengo a un pequeño ser indefenso, un ser al que podría no unirme emocionalmente para evitar derramar una lágrima si no consigo salvarle. Podría no haber mirado por la ventana, podría no haberla abierto, podría haberlo espantado, podría haberlo hecho caer, podría no haberme involucrado tanto… Lo cierto es que ahora está comiendo en la palma de mi mano diminutas migajas de bizcocho y bebiendo el agua que sostengo en mi otra mano. Ahora es mío, más que mío, ahora depende de mí. Ahora yo soy quien decide por su vida porque en su desesperación fue a parar a mí, sin saber quién era ni qué podría hacer con él. Le observo detenidamente y me percato de que tiene una ala dañada, no puede volar, no puede ser libre. Aunque… ¿qué es la libertad? En mis manos está su libertad ahora, una libertad representada por una jaula. Curiosa libertad… Pero ¿quién puede decir que no sea feliz ahora?. Extraña felicidad…
No debes temer a nadie ni a nada, estás protegido y no te faltará de nada mientras yo pueda cuidar de ti. Curo tus heridas a diario, abro tu jaula y te permito salir para que ejercites tu pequeña alita. Poco a poco te recuperas y cada día cantas más y mejor. Me regalas los oídos con tu canto y te lo agradezco dejándote picotear mis labios entre los que sostengo dulces trocitos de manzana, algo que te encanta. Yo sé lo que quieres, lo que necesitas, decido cuándo sales y cuando debes entrar, decido cuándo puedes cantar regalándote la luz del día o acallarte con la oscuridad natural o provocada. De vez en cuando abro la puerta de tu cárcel de oro para que puedas volar por el piso, me gusta ver tu rápido y corto vuelo. Me gusta cuando me esperas en la puerta de tu jaula y restas mirándome a que te cierre la puerta y así sentirte de nuevo seguro y a salvo del exterior, al que temes desde que probaste tu nueva libertad a mi lado. Seguro y a salvo en tu jaula protectora, enjaulado y feliz…
Sigue cantando pequeño gorrión, sé feliz en tu encierro pero cuando dejes de serlo vuela hacia la libertad. Siempre serás tú quien decidas… No dejes que nada ni nadie decida por ti, no dejes que te digan cómo debe ser tu libertad y dónde debes encontrarla. Hoy estás aquí, conmigo porque quieres, estás aquí agradeciéndome que yo sea quien te guie, quien te cuide, quien te castigue o te premie dándote o quitándote la luz, dejándote volar o encerrándote, estás porque quieres lo que tienes y eso te hace ser feliz. Pero si mañana decides emprender el vuelo y alejarte no voy a impedírtelo aunque me entristezca tu marcha. Temeré, si no estás preparado, por tu futuro ahí fuera donde no puedo protegerte, ni cuidarte, pero me sentiré bien al saber que no estás porque no quieres estar. Tus decisiones son las que marcan tu vida, para bien o para mal. Ayer decidiste estar en mis manos y cuidaré de ti. Siempre te agradeceré la sensación de alegría y vida que me haces sentir con tus preciosos cantos como sonrisa, con tus saltitos alegres como bailes, con tus torpes vuelos como borrachera de celebración y con esos picotazos suaves como caricias en mis labios en señal de amor.
Recuerda pequeño, una jaula puede ser tu libertad y todo un mundo un encarcelamiento con un triste final, una sentencia de muerte. No lo olvides, nada ni nadie debe decirte dónde está tu felicidad y dónde debes encontrarla, porque nadie es dueño de tu vida mas que tú.